Creer para ver
y no ver para creer…
Suena raro pues nos hemos acostumbrado a vivir de lo que vemos; “ver para creer” se ha convertido casi que en una regla y sencillamente todo lo que se aleja de nuestro espectro visual desaparece…
Creer para ver
y no ver para creer…
Suena raro pues nos hemos acostumbrado a vivir de lo que vemos; “ver para creer” se ha convertido casi que en una regla y sencillamente todo lo que se aleja de nuestro espectro visual desaparece…
Cuando tomamos una decisión pensamos que es la mejor opción que tenemos en el momento. Confiamos que es lo mejor para nosotras.
Pero las decisiones caducan, porque con el paso del tiempo, con el cambio de circunstancias y con nuestra propia madurez podemos ir descubriendo mejores opciones a la decisión que habíamos tomado. Somos mujeres, somos valiosas… y podemos cambiar nuestras decisiones.
Nos ilusionamos pensando que nos ama, nos quiere, desea y que le gustaría pasar toda su vida a nuestro lado… y en otras ocasiones, parece pasar de nosotras, como buscando deshacerse de nuestra compañía hasta que luego una vez más nos vuelven a hacer creer que nos aman y quieren estar con nosotras.
Son falsas señales de humo, señales que no estamos sabiendo interpretar bien.
“Si no te amara, no me preocuparía porque fueras mejor cada día”.
A nadie o casi nadie le gusta recibir críticas y correcciones, incluso las críticas constructivas que podrían ayudarnos a mejorar, nos suelen sentar mal. Pero una señal de que se es una mujer fuerte y segura, es que precisamente podamos estar dispuestas a escuchar a los demás sin que ello nos provoque trastornos.
Hay veces en las que nos preguntamos el porqué no conseguimos dejar de amar a alguien que nos ha hecho daño. Toda la magia que una vez existió entre los dos se ha esfumado, y hemos pasado de “querer amar” a “querer dejar de amar”, pero no lo logramos.
Pareciera que siempre estamos apostando nuestro amor y nuestros sentimientos en una ruleta rusa que siempre nos premia con la desdicha, el desprecio y el desamor… Todo ello por amar sin pedir nada a cambio.
No es que debamos “hablar por hablar”, pero sí saber hablar y no callarnos cuando debamos hacerlo.
Paradójicamente pasamos más de la mitad del tiempo hablando de banalidades, cosa que no está mal en pequeñas dosis, pero el problema llega cuando por pronunciar dichas palabras irrisorias, nos olvidamos de pronunciar aquellas bellas palabras que debemos exteriorizar, compartir con los demás y con nuestro espíritu…
Dicen que nuestro futuro es incierto… Pero la verdad es que nuestras vidas tienen grabados indelebles casi invisibles que nos recuerdan convicciones que nos han inculcado o nos hemos autoinculcado desde temprana edad, puesto que nos acostumbramos a recibir comentarios, observaciones y dogmas que han formando nuestra personalidad y nuestra visión de mundo.
Es así como empezamos a cargar con el lastre de pensamientos anacrónicos que no son más que viejos paradigmas que se nos presentan como insuperables e irrompibles.
Es difícil sacar adelante una relación de pareja cuando ha bajado la marea del enamoramiento, pues es allí cuando el manto de las ilusiones se desvanece ante la imponente e ineludible presencia de la realidad. Lo que antes era perfecto, ahora nos molesta, los defectos que antes eran absolutamente tolerables y adorables, se convierten en temibles excusas para ya no querer pasar mucho tiempo al lado de quien antes considerábamos como “la mitad que nos faltaba”.
El ser humano, en su afán incansable de modificar todo aquello que no le agrada del mundo y de sus semejantes sostiene la idea de que es fundamental que los demás sean quienes cambien, para que las cosas puedan mejorar.
Pero es aquí cuando surgen interrogantes como: ¿y nosotras? ¿Por qué no nos damos también esa oportunidad de cambiar? ¿Acaso nuestras conductas y actos son siempre las mejores?
Siempre manifestamos cierta contrariedad cuando nos llaman perdedoras, tanto que llegamos al punto de tomar dicha palabra como un insulto o una ofensa y es natural pues a nadie le gusta sentirse derrotada o fracasada.
Pero entre las múltiples paradojas de la vida, encontramos que perder no necesariamente tiene acepciones derrotistas y que a veces nos puede resultar altamente constructivo y enriquecedor para nuestras vidas.
Cada vez recibes más y más consejos que intentan enseñarte cómo ser feliz, cómo tener una vida plena, cómo vivir…. Pero casi nunca recibes consejos que te hablen de cómo aprender a sufrir.
Puede sonar un tanto masoquista, pero la realidad es que las vidas de todos los seres humanos no sólo se encuentran atravesadas por hechos felices sino también de capítulos oscuros que quisiéramos no recordar. Sin embargo, no nos enseñan a sobrellevar lo que nos duele.
Estar enamoradas es algo que nos resulta bonito y agradable, es descubrir lo bella que es la vida, es confundir las noches con los días, es surcar los atardeceres más bellos para despertar a la vera del amanecer… ¿pero qué pasa cuando es amor no es correspondido?
Sin duda alguna, tememos al rechazo de la persona que amamos, deseamos ser felices a su lado y no separarnos ni por un instante, pero cuando no nos corresponden lo mejor que podemos hacer es ¡ACEPTARLO! Aunque nos duela, nos hiera y haga llorar.