Dicen que toda mujer sueña con el día de su boda desde que es muy pequeña
Pero claro, de los sueños a la realidad hay un largo camino. Además, a menudo los sueños cambian…
Dicen que toda mujer sueña con el día de su boda desde que es muy pequeña
Pero claro, de los sueños a la realidad hay un largo camino. Además, a menudo los sueños cambian…
Todas, sin excepción, soñamos con una unión que sea “hasta que la muerte nos separe”.
Sin embargo, en las emociones e ilusiones del momento, no le ponemos atención a lo real, a lo humano.
Creemos haber logrado la unión perfecta, todo lo que nos hacía falta para ser felices, pero… ¿hemos pensado en los desafíos que el matrimonio implica? Uno de ellos y el más importante es descubrir con quién estamos casadas.
Los chistes y dichos suelen tratar con más amabilidad a la amante que a la esposa, como si la esposa (por ir acompañada de un «para siempre») fuera una condena perpetua y la amante (por carecer de ataduras) fuese sinónimo de libertad y disfrute.
¿Pero es así en la realidad? Sobre todo para nosotras las mujeres, ¿merece la pena comprometernos en matrimonio con un hombre, con todo lo que eso supone? ¿No sería mejor disfrutar de una relación sin ataduras?
Pero si pretendemos llegar a tener un buen matrimonio, tendremos que dejar la soberbia a un lado y aprender a ser tolerantes, intentando comprendernos y adaptarnos el uno al otro.
También tendremos que ser capaces de comprometernos mutuamente para sostenernos y apoyarnos cuidando el uno del otro y siendo a la vez los mejores amigos.
Hoy vamos a tratar un tema muy evidenciado y discutido en la actual sociedad, donde algunas mujeres se sienten orgullosas de ser “Las esposas” y otras mujeres se muestran inconformes con sólo pensar que están usurpando un lugar que por derecho civil no les corresponde legalmente, pero que definitivamente ni una ni otra tendrían razón en determinadas circunstancias para enorgullecerse ni molestarse, según como vamos a enfocar nuestro artículo de hoy.